down

Creo que nunca me había sentido así de mal, nunca, esta profundidad es nueva, estuve leyendo Yoga de Carrère, si alguien me ofreciera las llamadas TEC, terapias electronconvulsivas, las tomaría ahora mismo. Aunque distingo un día de hoyo mayor a inicios de marzo y los ínfimos avances actuales.

El problema es que estoy al tanto, estoy aguda, dolorosamente al tanto. Ahora, contrario a la manía, puedo ver las cosas tal como son, bajo la luz despiadada.

Nos estamos defendiendo de la muerte a todo momento y a mí eso francamente me cansa, todo el tiempo estoy esperando y temiendo la desgracia, y eso me debilita, soy un puntito, un puntito que no logró hacer muchas cosas, las que debía y por las que ahora sufre sufre sufre, y esto me deshumaniza, ya no quiero jugar, ya no quiero intentar, yo aquí quiero bajarme, quédense acá porque me rindo.

Hace muchas semanas que no voy a la casa Campo Real, una noche tuve una visión de mí misma sentada en la mesa de la gran cocina, desde arriba, un puntito de nada tecleando en su computadorcita, rodeada por un perímetro de oscuridad negra e insondable e incómoda, unos corredores donde se perciben crujidos, viento, algo se levanta y vuela, un jardín atrás donde a cierta hora ya no se distingue nada entre lo negro, y la verdad, aunque no estaba ahí sino en la seguridad (esa balsa que remo sin brújula) de mi cama, sentí miedo y ya no he querido ir, ¿cómo lo puedo decir de un modo simplón? Me da cosita. Dejé el nacimiento puesto desde mi ataque de manía y ni siquiera sé dónde dejé la caja y los envoltorios con burbujitas de aire para guardar los figurines, y dejé unos libros envueltos en unas telas, y no me dan ganas ni energía ni accesos de valor para ir a recoger mi tendedero, prefiero quedarme entre los ruidos que me martirizan, y el cansancio, y la ansiedad, ¡ay! Y en otra parte de este post quería escribir de la literaturita burguesa que anda apareciendo, pero será en otro momento.

Sábado 23 hrs.

Viajé en una época en la que se podía, escribí en el otro cuaderno. Pensaba en los últimos viajes, incluido aquel que se extendió por varios años, y en el culto a la juventud, el culto que yo rendí. He mirado cosas que están perdidas pero lo que sentí no ha desaparecido como lágrimas bajo la lluvia. Hace rato caía el sol aquí y yo escribía. Pasó un video con personas jóvenes viajando en un automóvil por Los Ángeles, y pensé en Triquis y en Leo y en mí misma rodando por esas autopistas, y en noches montevideanas con amigxs fugaces, y pensé en bailar, en lo mucho que me gustaba, casi cada ocho días o cada dos semanas en Buenos Aires, en boliches que eran refugios después, o en sitios extraños, casas, barracas, laberintos. La ciudad de los laberintos. Nunca estuve tan abajo como allá, nunca me sentí tan miserable como en madrugadas vagando sin rumbo, nunca caminé tanto una ciudad; ahora pienso que es algo que no volverá, que ya no haré nunca más: caminar sola de noche, a todas horas, a la una de la mañana saliendo de alguno de mis cines predilectos rumbo a casa; a las cuatro o cinco de la mañana al abandonar, tambaleándome, boliches o espacios mencionados; a la hora del amanecer, por razones variopintas y sí, algunas sexuales. Creo que antes tenía menos miedo o era más inocente o más estúpida, ahora ya no quiero exponerme, ya no quiero tentar la suerte, tomar trenes y taxis y autobuses y andar caminos.

De un tiempo a esta parte me había entrado la sensación de que viajar había sido una pérdida de tiempo y de recursos, de que me había estancado en mi vida porque le había dedicado todas mis fuerzas y ahorros a esa actividad; pero ahora creo que viajé en una época en la que se podía, en la que se hacía sin que la conciencia de lo contaminante fuera suficiente para detener la pulsión de salir al mundo. Y no es que el mundo se haya cerrado como una concha y nunca más me aventure fuera de la frontera, es que será distinto y menos atrabancado y menos audaz y menos impulsivo, en todas las ciudades en las que estuve le rendí culto a mi propia juventud, me entregué a los placeres de la carne joven, a los privilegios del tener un cuerpo joven, y ahora lo veo distante, perteneciente a una época casi clausurada, me aferraré a ese casi todo lo que pueda.

QQQ II

Continúo acá el archivo de todo lo relacionado con Quisiera Quedarme Quieta. Toda lectura la agradezco profundamente y, ay, dejadme guardar lo más significativo.

Una emoción total. Lauren Cocking en el magnífico Leyendo Latam blog ha incluido a QQQ en algunos de sus listados, cada aparición eleva mi alma, y también escribió una excelente reseña que atesoro:

And just as Camberos’ prose is keenly observed, her stories are marked by an enduring sense of observing and being observed from afar. In ‘El lado del mal’, Verónica looks at herself in the mirror but fails to recognise her own gaze; in ‘Acapulco’, the protagonist suspects she’s been watched, only to discover that – years prior – she was the one doing the watching; in ‘La planta’, which hinges on a woman obsessively observing a plant, Camberos opens with “hay una presencia aquí que no estaba antes de la planta.” [“There’s a presence here that didn’t exist before the plant.”]

Review

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Una entrevista con mi amada Jessica Jaramillo para el también amado portal La Zona Sucia, de Monterrey, Nuevo León (detrás de esa conversación está la amistad y la pequeña familia que formamos en Buenos Aires).

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En Gatopardo, El pensamiento no puede ser confinado: Los diez mejores libros del 2020

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Josué Tello Torres consignó en Efecto Antabus sus lecturas de 2020. Dice que fue un año en que la conciencia de la labor editorial tomó la pauta de su vida lectora. Es un tema que me emociona muchísimo, sospecho o sé a quién le presté aquel libro de Constantino Bértolo, La cena de los notables, en la edición de Mardulce. ¡Devolvédmelo! Pues esos temas agilizan esta interesante lista de lectura, con libros bastante buenos de 2020. Por eso me parece de igual excelencia la mención a las y los editores detrás de cada libro, un ejercicio de lectura de lo más atento. De mi lado, sin más: el libro ha podido ser gracias a Nicolás Cuéllar y a Lucía Treviño.

Escribe:

Los seis relatos de Camberos me hicieron recordar una frase del escritor argentino Rodrigo Fresán, que va sobre libros con cuentos y libros de cuentos, a esta última categoría pertenece Camberos porque sus narraciones se entrelazan, encuentran puntos en común o nos ayudan a comprender diferentes espacios del universo narrativo en Quisiera quedarme quieta: los lenguajes, el cuerpo y el viaje, que en ocasiones toman como punto de partida lo onírico, los recuerdos, el tránsito, los espacios o la violencia. Un libro inagotable.

Mi amada Alaíde Ventura Mendoza recomendó QQQ en las lecturas favoritas de plumas destacadas de Sin Embargo MX, entre las que desde luego está ella, con estas palabras bellísimas:

Qué tremenda cuentista es Camberos; admiro mucho su dominio del oficio, suma perfecta de forma, técnica y sensibilidad. Yo diría: una magia de equilibrista. El libro obliga a una lectura atenta para que se escuchen todas las voces y palpiten todas las exuberancias (calor, humedades, humores). Los reseñistas hablan de resistencia para referirse a su libro. Creo que estoy de acuerdo, si lo entiendo como una tensión permanente: las atmósferas se desbordan mientras que la voz apela a la contención, se agazapa y se evade finamente.

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En el podcast de México Lector se menciona QQQ, gracias a Gerry por la mención y los comentarios sinceros.

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Estuvimos en un sábado de septiembre en Partículas Elementales del Instituto Mexicano de la Radio con Elvis Liceaga. Platicamos de nuestro amor por el cuento como género y en verdad fue una bella charla entre cuentistas amantes de los cuentarios.

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En el listado de los 10 mejores libros del año de Enrique Saavedra en TimeOut.

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Esta bella reseña de Shoshana en Ya déjame leer.

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En Literal Magazine, en los mejores libros de 2020 de Lorea Canales.

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Algunas, pocas pero sustanciales reseñas en GoodReads.

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Lectura de textos y cartas en el Día de las Escritoras en la Biblioteca Nacional de México (1:45 aprox.)

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En la Feria del Libro de Oaxaca con Luis Jorge Boone y Karina Sosa

Minuto 7:38, 40:36 y otros, intrusión de los fantasmas.

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Y finalmente, la presentación del libro en la Feria del Libro de Guadalajara 2020, en la que me acompañaron Juan Pablo Villalobos y Mariana H.

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x, 6:23

En el contrato, enunciado en nuestros respectivos discursos amorosos, estaba aquella cláusula o condición o futuro castigo, tras la disolución, del extrañamiento, el estallido de todos los puentes, el silencio sepulcral y la anulación del contacto; advertencia o amenaza que planeaba como un fantasma, claro, detrás de mi reticencia a terminar las cosas cuando debían terminarse, o por lo menos cuando en mí habían comenzado a morir (y siguen muriendo, lentamente, ya que es agonizante, débil, inconstante, tanto mi manera de amar como de extrañar), y no hasta gastar el amor que ella sentía, que a veces se sentía eterno, y que en los meses finales se limó tanto que lo sustituyó un algo desconocido. Vaya, esto se sabía, que debía aceptar sus condiciones, sus hábitos post-amorosos intransigentes, que en nuestro lustro de convivencia atestigüé y constaté; y tras las comprensibles o hasta esperadas recaídas de mi parte, de las llamadas lacrimosas y los intercambios de mails encendidos, tristes, algunos meses después, pasado el año, ¿pasados los dos años?, acepté o he aceptado el nuevo estatus de fantasma del pasado, de recuerdo sin voz, de fotos y documentos digitales borrados y alterados, de innombrable y eternamente ausente, hasta que ella así lo decida, cosa que espero, por varias razones que solo le diré entonces, y entonces reparto anzuelos como éste, como estas entradas de blog que es como si dejara mi diario abierto para que lo lea, como hizo aquel domingo funesto, el domingo de agosto en que se murió Juan Gabriel, cómo lo vamos a olvidar; pero este diario, este blog, a diferencia del otro, lo escribo sin importarme quién lo lea, y bajo el principio del control de la exposición, que al fin y al cabo esa era mi advertencia, mi amonestación, mi amenaza, mi condición, mi castigo o represalia o venganza o traición, sobre todo eso, la famosa traición, tras enredarnos en nombre del amor: escribirte y reescribirte y que ya siempre fueras parte de mi escritura.

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7:54

Había pensado, y luego por eso pensé en Lili Anaz, en consultar el oráculo de las capturas de pantalla, OCP (eloraculo.com.ar), y entonces:

Y ahora, que he recordado esto, al verificar su web el OCP ha dicho:

 

tal vez no todo el internet agoniza.

QQQ

Guardaré aquí textos, videos y similares relacionados con Quisiera Quedarme Quieta:

El cuento “Acapulco” publicado como adelanto en Nexos.

Fragmento de “La Planta” en revista Levadura. 

Hablemos Escritoras podcast con Adriana Pacheco, episodio 158.

Conversación con Ana León para Noticias 22 Digital.

Entrevista con Cristina Liceaga en Escritoras Mexicanas.

Las notas de lectura de Roberto Cruz Arzábal.

Reseña de Ulises Hernández en Escritoras Mexicanas.

En Inventario podcast edición 40 FILOaxaca, Sylvia A. Zéleny e Isabel Díaz Alanís comentan QQQ y Quiltras de Arelis Uribe.

Entrevista con Ángel Soto en suplemento Laberinto.

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Nora de Imaginando Portadas imaginó dos bellas versiones de la portada:

Una conversación con Irma Gallo de La libreta de Irma por Instagram live.

Charla con Pao Gómez por Ig live en su sección “Chismito con mujeres increíbles”.

LecturasNoDesasosiego con Lizbeth Hernández por Kaja Negra.

Charla con Alaíde Ventura en el espacio virtual de Traspatio librería.

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Entre los Libros de la Semana en Aristegui Noticias.

Entre las Tres obras literarias que llaman a la inspiración en Newsweek México.

Una nota sobre el catálogo de Dharma Books + Publishing en TimeOut México.

En el Viernes de Literatura de Sopitas, Elvis Liceaga habla a fondo de QQQ.

También con Elvis charlamos en su programa de Reactor, Partículas Elementales.

En el newsletter de Data Cívica, Mariana Orozco recomienda la lectura de QQQ, igual que este blog, donde se escribe “como en tercera dimensión, hablándole simultáneamente a tu yo, tu súper yo y a tu ello”.

 

 

 

Publicado en .

Toda playlist es una playlist de amor

Pienso que yo viví mi vida. La he vivido lo mejor que he podido, y siempre procurando la experiencia. Me sumergí en High Fidelity por tercera vez. Quiero decir, me bebí a lo largo de unas semanas la tercera -eslavencida- versión de High Fidelity, el libro de Nick Hornby que disfruté enormemente, del que se hizo una película con John Cusack que disfruté enormemente. En la serie de televisión -un nuevo formato que le permite alargar el libro, y también separarse sin retorno de él-, la protagonista es Rob, una joven mujer bisexual, bella y un tanto disfuncional, melómana y esencialmente romántica (ingenua). Otra vez incurrí en la vulgaridad de leerme en ella, de encontrarme en su experiencia, la de una ruptura que no supura, que no sana, que infecta todo nuevo intento de tender un puente con otro ser humano. Y no tanto por un enamoramiento que persista, aunque al principio algo hay de eso, de ese dulce sufrimiento; sino por lo que queda después, esa playa vacía, esa corriente resacosa que lo único que arrastra es un recelo del amor. Una resistencia a sus cárceles. Es tan horrible enamorarse, convivir y luego separarse. Drena tantas energías, ocupa un espacio tan grande en la vida. Es excesivo. Euforia y dolor, placer y hartazgo, felicidad y aburrimiento, posesión y violencia. Quién puede estar dispuesta a enfrentarse con eso una y otra vez, por qué alguien quisiera eso. Por qué consintiera tan fácilmente a prestarse a tal rebase nuevamente.

La playlist o el mixtape es una prueba de amor, un relato de construcción sonora. Toda playlist es una playlist de amor, deformando a Chris Kraus (every letter is a love letter). Rob amonesta: la playlist debe escucharse en orden. Eso ni siquiera debiera ser aclarado. Debe escucharse en orden porque cuenta una historia.

(editado, borrado, corregido).

mdrgd 2:12

Algo muy extraño ocurre con mi blog.

Una plaga de posts hechizos ha terminado por expulsarme de aquí.

Cada noche limpio a mano la suciedad de los intrusos. Cada día amanecen más textos basura posteados en el blog. Research paper por sale. Going out with Japanese women. In some societies, marriage is certainly delayed till all debts are paid. If the wedding party happens sooner than all cash are created, the place is kept ambiguous. The bride really worth custom may have damaging results the moment younger males haven’t got the ways to marry. In strife-torn To the south Sudan, a large number of younger men steal cattle because of this, often risking their…

Conjeturo.

En 2012, cuando creé este blog como continuación e interrupción de La isla a mediodía (creado en 2005 como continuación e interrupción de otro, de url yaestarde.blog.com), me encontraba inmersa en dos relaciones románticas. Al centro de un triángulo amoroso. Al comienzo de una relación intensa y larga sin haber terminado del todo mi relación anterior, igualmente intensa y larga. No quiero decir que sostuviera las dos relaciones simultáneamente, que mantuviera el adulterio a toda regla; me refiero a otras cosas, aunque es probable que… Pero a quién le importan los detalles ahora. Ciertamente a ninguna de esas personas, a ese hombre y a esa mujer a quienes entregué mis años veinte…

Pues yo te entregué mis treinta así que quién está peor le revira Sadie a Leila en The bisexual, cuando la segunda incurre en un reclamo parecido.

Dado que ya no me aman ni yo los amo ya, todo es pasado, es El Pasado, como aquella novela de título perfecto y contenido dispar, aunque este pasado a veces no termine de pasar. PERO ESE NO ES EL TEMA. 

El tema es que en 2012 mudé muy pocas cosas a esta casa (¿esta casa?, esta casa-blog podría estar derrumbada, nuevamente escribo en el TextEdit en espera de recuperar lo que me pertenece) (¿lo que me pertenece?) y por algún error, o alguna decisión estúpida de entonces, sus contenidos quedaron alojados en el servidor de mi antiguo amante. 

Ah, parece que lo he recuperado de nuevo.

Debo mudarme. Me urge mudarme.

0:34

En una entrada de un diario de hace un año me pregunto dónde estaré en un año, “si estoy”. Dónde estoy entonces es un sobreentendido. Luego apunto dónde estaba el año anterior en esas mismas fechas.

Esto no tiene nada de interesante pero la entrada anterior es desagradable y lastimosa a la vista.

“Seas quien seas, sé tú mismo”

Es muy extraño todo, no te diré que no.

Atravieso otro de esos momentos excesivos: las emociones excesivas, desde los dos polos, tiran de mí. En el centro, mi frágil cerebrito. Mi cuerpo adelgazado. Mis deseos interrumpidos.

Busco el silencio, lo busco insistentemente.

Presiento que podría romperme en cualquier momento. Mi mente, quiero decir. Quebrarse, malfuncionar, sacar humito, perderse en delirios al principio divertidos, grandilocuentes, después paranoicos, necesariamente perturbados.

Algunos de los posts hechizos de la crisis bloguil reciente:

Ciertos títulos y contenidos eran ciertamente violentos:

Stop reading this post to the end and go do that now…

That person who you are meet out there is not a robot. That person is an intelligent being and is not expecting you to tell him or her what to do.

If you have anxiety and depression you need a hard and good…

¿A hard and good QUÉ? ¿A HARD AND GOOD QUÉ?


Creo que en otro post no publicado apunté sobre perderse en otro cuerpo, lo necesario de perderse en otro cuerpo…


¿A HARD AND GOOD FUCK?

Publicidad tenebrosa en las navegaciones en modo incógnito.

Fantasmas CLXXX

Otra vez la casa se me llenó de intrusos.

ver. ver. ver. ver. etc.

¡HAY QUE IMPRIMIR! Hay que defenderse de esta tecnología traidora.

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Estoy mirando The bisexual, de Desiree Akhavan, a quien amo y con quien me identifico y en quien me proyecto y con la que me encuentro y de la que me separo. Las cosas que escribe, las experiencias a las que alude, a veces incluso su rostro, me rozan, me son familiares. Miro esta serie, que salió en 2018 y cuya existencia me había pasado de largo, y me río y me distraigo y recuerdo. Siento que la escribió para mí.

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Yo les creo

Publicado originalmente en el marco del espacio Inflexión en Kaja Negra.

 

En marzo de 2019, una ola golpeó el ecosistema cultural mexicano. Ahora, en medio de la pandemia, qué interés puede reclamar volver a esto. Pero debemos hacer un esfuerzo. Kaja Negra, las editoras y las autoras de estas reflexiones hacemos el esfuerzo, así quede como archivo [ver la intervención de Natalia Flores].

 

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Mientras me decido a terminar de redactar este texto, han pasado 67 días desde que inició el confinamiento masivo en México, o Jornada Nacional de Sana Distancia, el día 23 de marzo. Un año exacto después de la explosión en redes sociales de lo que dio en llamarse #MeToo mexicano [por los ecos del movimiento denominado #MeToo, surgido entre actrices y trabajadoras de la industria hollywoodense que denunciaron abusos, violencias y delitos de una gran cantidad de actores, directores, productores y otros pesos pesados del sector].

Aquella ola mexicana, aquella iteración de otros movimientos surgidos en espacios digitales, según la llama Ana G. González en su recuento de los hechos, inició con un tuit. Se trataba de una denuncia, un escrache, una llamada de atención, una exigencia a cerrar filas. En su reflexión de aquel momento, que urde las figuras de la marabunta, la falange y el caracol, Tessy Schlosser Presburger argumenta que fijarle un origen al movimiento, a la manera de un «paciente cero», es un ejercicio poco productivo; en realidad, una de las preguntas más importantes pasa, forzosamente, por lo que movió a tantas mujeres a contar historias íntimas, a exponer la violencia en sus vidas.

Hubo algo desordenado, visceral y furibundo en las denuncias vertidas en Twitter y otras redes sociales, producto de una impotencia vital que en su centro es perfecta y legítimamente revolucionaria y feminista: la necesidad de la destrucción purificante, refundante. La denuncia colectiva no era exactamente punitivista –no tenía el poder para serlo– sino que, antes bien, provenía de una desconfianza o hartazgo o desilusión de lo punitivo, de la idea de justicia y reparación. No habría nada de esto pero al menos se señalaría lo velado, lo que se sabía tras bambalinas, lo que nadie decía abiertamente pero tantos, tantas, sabían. Sabíamos.

El escrache inicial, hacia un poeta a punto de presentar un libro jugosamente premiado, buscaba poner de relieve la complicidad, pero también, o así lo interpreté entonces, exigir que pararan los estímulos, los premios, la buena voluntad de los escritores, las editoriales, los espacios culturales, los medios de comunicación. Cuando decimos que golpeadores, acosadores y abusadores siguen publicando con tranquilidad, interviniendo en el campo cultural, lo que denunciamos es una red de complicidades y actitudes solapadoras. 

Como consecuencia de esta ola denunciante hubo castigos sociales: despidos, ostracismo, carreras literarias canceladas. Hubo, incluso, castigos ejemplares. Quizás el punto más álgido fue cuando, tras una denuncia anónima en la cuenta oficial de #MeTooMusicosMexicanos, el músico y escritor Armando Vega Gil cometió suicidio. En el testimonio que lo implicaba, una mujer denunció anónimamente el acoso sexual que recibió de parte de Vega Gil cuando ella tenía 13 años y él, más de cincuenta. Según la nota de suicidio de Vega Gil, que colgó a Twitter, su muerte «no es una confesión de culpabilidad, todo lo contrario, es una radical declaración de inocencia».

Hace un año pensé que estas denuncias, que en muchos casos ponían de relieve la ineptitud y negligencia de las instancias oficiales [del ámbito laboral al jurídico], tenían que ser además una invitación muy concreta a no consumir las obras de violentadores. A no otorgarles espacios de enunciación. Perdonarlos, alentar su rehabilitación, denunciarlos judicialmente donde corresponda: sí. Pero hacernos de la vista gorda ante sus violencias suponía admitir que los daños a las mujeres violentadas eran menos importantes que las contribuciones de sus agresores al campo cultural. Que, si sus daños no alcanzaban a considerarse delitos, eran pasables, olvidables, pertenecientes a una intimidad que no merecía desmenuzarse en público.

Más tarde, cuando se anunciaron resultados de una convocatoria del Fonca con beneficiados señalados en el #MeToo, se me ocurrió que, si no había sanciones efectivas, por lo menos que las hubiera sociales. Y económicas, si hablamos de recursos del Estado. En otras palabras: que el castigo de sus violencias sea la peste. Apestados. Violentadores apestados. La pérdida de su prestigio o su buen nombre, su empleo o sus redes de confianza, sería la consecuencia del ejercicio de una violencia que mina, en las mujeres que la padecieron, su autoestima, su voz interior, su libertad sexual, su posibilidad de tener carreras literarias y autonomía económica.

Era más vehemente, más sesgado lo que pensaba entonces. Pensaba que, vaya, los creadores denunciados tampoco es como que nos hubieran entregado, a cambio, obras mayores. Pero el arte no es una moneda de cambio. 

Nuestro canon, nuestros mapas literarios, están rayados por la violencia, saturados de ausencias y vacíos. Denunciar implica dar nuestra versión, nuestra historia, nuestro punto de vista. Entre personas que escriben, se torna más obvio. Escribimos, publicamos, intentamos crear literatura. Perpetuamos y enquistamos la violencia, o nos resistimos a ella.

En aquel marzo de 2019 estaba convencida de que si hay un motivo para denunciar escritores e intelectuales concretamente era ese. La denuncia es una intervención pública. Una necesaria toma de postura, digan lo que digan. No corren tiempos fáciles. Vivimos en un perenne estado de emergencia. Tenemos que señalar el machismo, tenemos que señalar el racismo, la violencia, el despojo y, en suma, la ideología del fascismo. Condenarlo en privado no basta. 

Cómo pasar de la adherencia ideológica a la militancia

Una mujer que admiro mucho, desde el sur, me recuerda mirar hacia la Comisión de Escrache de H.I.J.O.S., o Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio, colectivo militante conformado por simpatizantes e hijxs de detenidos, desaparecidos, presos políticos, fusilados y exiliados por la última dictadura militar en Argentina. A mediados de los años noventa, esta organización política dio con un método novedoso de denuncia e intervención pública, que se bautizó con la sonora palabra del lunfardo escrache. Desde luego, eran genocidas los escrachados, señalados de modos peculiares [con marchas, actuaciones, recitales y otros elementos espectaculares] en las inmediaciones físicas de sus propias casas, oficinas y barrios, involucrando así a vecinos y conocidos, y confrontando a estos últimos con la realidad de la complicidad y el silencio. Pero hay algo de la práctica –también llevada a cabo con criminales políticos impunes en Chile– que subyace.

El impulso inicial del #MeToo trajo otros. El escrache de escritores pronto se extendió al gremio entero de los intelectuales [que, gramscianamente, habría que categorizar por las funciones que desempeñan socialmente]:periodistas, cineastas, músicos, editores, trabajadores de la cultura.

En la cresta de la ola, la práctica llegó a escuelas y universidades, y se manifestó no en lo digital sino en los espacios físicos donde la violencia se ejerce cotidianamente: los tendederos en que las estudiantes denunciaban conductas impropias, acoso sexual, abuso de poder y diversas violencias de parte de profesores y compañeros. Esta violencia endémica en el sistema educativo es corrosiva, y la manera en que la joven militancia feminista mexicana se ha movilizado en torno a ella es admirable, como puede verificarse en los paros y tomas de diversas facultades y bachilleratos de la UNAM.

La misma Natalia Flores, lo recuerdo, ironizaba en un tuit sobre la opción del #MeToo de los «don nadie»: nuestros vecinos, compañeros de trabajo, hombres que nos violentan de manera cotidiana. Y esto también nos obliga a pensar cuál es la arena de estas denuncias, dónde son los espacios en que se legitiman o en los que hay una incidencia real más allá del quemón dentro del gremio o de una clase social que, sin militancia, no corta la membrana de lo meramente individual.

Nosotras

En las últimas semanas, a raíz del #MeToo, leí algunas reflexiones que parecían dirigir el grueso de sus críticas a otras mujeres, es decir, a las mismas compañeras de lucha. Si bien es una forma de apelar a la autocrítica y exigir una organización más concreta, creo que corren el riesgo de perder de vista el objeto de los reclamos originales. Nayeli García, en Yo acuso, escribió sobre el componente identitario de las acusaciones, basado «exclusivamente en el género». Y ese Yo te creo, que le dispara alarmas. O el texto de Nora de la Cruz aquí mismo, sobre el que hay que volver, que habla de ciertos capitales simbólicos aprovechados por grupos de mujeres privilegiadas a raíz del #MeToo. Leo también el texto que Lucía Melgar escribió hace un año, donde reflexiona sobre las denuncias desde el anonimato: el peso negativo, la incapacidad de organizarse a partir del anonimato, que como desahogo o catarsis, opina, no genera responsabilidad en su denuncia, ni moviliza. 

¿Arruinamos vidas?

A menudo lo pienso. En versiones anteriores de este texto hablaba sobre tres casos en los que intervine, como testigo, cómplice o víctima. Pero era demasiada exposición, demasiado de , de mi vida privada y de mujeres cercanas a mí, y me pregunto con franqueza si vale la pena, si desnudarme así me libera. 

La denuncia, viniera acompañada de un nombre, una voz y un cuerpo, o bien surgiera del anonimato [motivado más por el miedo y la cautela que por el ánimo de joder impunemente a hombres inocentes], parecía irremediablemente acompañada de un desnudamiento. Para desnudar al agresor, era preciso desnudarnos nosotras primero. Para señalar los pecados, había que describirlos, inscribirlos en nuestros cuerpos y nuestra psique.

Me entra la sensación de que, fuera de algunos casos contados, nuevamente fuimos nosotras las víctimas colaterales: queríamos liberarnos, queríamos alzar la voz, denunciar y gritar y exigir, y acabamos peor que antes: expuestas, arrinconadas, culpables

Hace un año, mientras leía a tantas mujeres a la distancia, percibía –y las reflexiones de este especial coinciden en este aspecto– que el #MeToo fue, para muchísimas mujeres, un trance DOLOROSO. Lo fue, sin duda, para las que participaron en él, por proximidad o al interior del ojo del huracán, por perjuicio directo y por relación indirecta. Además, el desvelamiento público de lo más privado trajo consigo, de manera inesperada, una especie de duelo colectivo en el que muchas pudimos reconocernos y encontrarnos en las historias de otras mujeres. En la violencia surgida del amor, de una idea del amor.

Creo, todavía sin saber demasiado en lo que creo, que el #MeToo mexicano se instaló como una práctica que pudo ser reapropiada por grupos diversos de mujeres y que movilizó una gama de resistencias. En ese sentido, celebro su emergencia. Pero en un punto muerto en las discusiones feministas en que tenemos que volver sobre nuestros pasos y combatir desviaciones del proyecto común de emancipación de las mujeres –como los discursos transodiantes, que cada vez permean más y retrasan una organización posible–, estoy de acuerdo en lo que plantea Nora de la Cruz:

Denunciar no es suficiente, ni expresar simpatía por un movimiento; se necesita crear un núcleo ideológico, plantear una agenda política, establecer metas y procedimientos, pero sobre todo, proponer una nueva forma de ejercer el poder. 

Es decir, ¿cómo transformar nuestra adherencia ideológica al feminismo en una militancia activa? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Quiénes

Creo también que, lejos de erigirnos jueces morales, de cancelar carreras, repudiar personas y negarnos a la compasión, esta inflexión nos obliga a insistir sobre temas no superados: que todo arte es político, que toda escritura es una cosmovisión, que nunca está trazada la raya que divide la obra de la persona, ni la teoría de la praxis; que algunos poemas no valen nada, que hay mucha pedofilia normalizada, que entre nosotras sabemos, compartimos, y nos defendemos –hasta con nuestra pluma– de sus violencias. Y aunque muchos de nuestros conocidos hayan hecho como que no sabían, o hayan guardado silencio, nosotras sabemos que no es así. No olvidamos.

En esta lucha contamos con nuestros métodos de defensa, sobre todo con uno que es esencial en toda lucha colectiva: la solidaridad. La sororidad entre nosotras.

Yo te creo, repetíamos una y otra vez, como un mantra, durante la erupción de aquel marzo.

Yo les creo.