Hace ya casi dos meses

Voy a escribir las críticas que prometí (odio no cumplir mi palabra) en mi blog porque hasta el hecho de que lo publique en el único medio que me lo ofreció fue mal recibido. Bah, como siempre digo: lo que busco es una plataforma, siempre he luchado por alguna. Aunque esto ya no me importa tanto. Prefiero aquí, mi espacio, mi lugar, las palabras que no tengo que cuidar porque escribir artículos periodísticos y reseñas literarias me deja extenuada, y no tengo tiempo, y no tengo energía. Y tampoco me interesa.

Mi papá murió el 7 de abril a las 7,30 de la mañana. Batalló con un brutal cáncer de páncreas durante más de un año. Él era mi mejor amigo, no me canso de decirlo: éramos muy cercanos, conocíamos los secretos del otro, trabajábamos juntos en proyectos, disfrutábamos muchas cosas similares, él me formó a su modo de cierta manera, o yo quise ser como él.

Primero había algo dentro de mí, de mi cuerpo: no había dolor sino anestesiamiento, y de pronto una rabia que me hacía dar alaridos en mi departamento o en la calle. Yo lo cuidé más de cerca que nadie y estuve en sus últimos momentos, de los que ya no quiero hablar, a los que ya no quiero volver.

(pero fijaré)

Otro hecho que se puede asentar: tengo trastorno bipolar. Me lo detectaron en 2016. Psicosis. ¿Sabes lo que es estar loca? Pocas personas saben, o no: como digo en mi libro, he conocido a mis contertulios, y somos muches los que hemos atravesado esa desconcertante experiencia.

La manía es el estado previo a la psicosis y posterior a la hipomanía, que me envolvió los últimos cuatro meses de la enfermedad de mi papá. No tuve empleo y viví de mis ahorros. MI terapeuta me dijo: “tu papá es tu trabajo de tiempo completo”, y así fue. Pero aunque hubiera podido consagrarme a su anhelado libro de lagunas, le diera una devolución sobre su novela de ciencia ficción y me atreviera a leer sus memorias, decidí abocarme a escribir, pues, mi libro. Ya es un libro, ya es algo. No atendí lo suyo, lo cual me pidió insistentemente. Le fallé.

Como familia, vivimos el dolor de un padre con cáncer. Su mal humor, su tiranía, su aferrarse a una cura que no iba a llegar. Cuando entró en shock y lo llevamos de emergencia al hospital, estaba yo al día siguiente con él, junto a su camilla, le hablaba y no me escuchaba, y cuando por fin me acerqué y le hablé al oído, abrió los ojos mucho y no sé si preguntó primero por mi mamá, pero después preguntó, como un niño: “¿Estoy bien?”

Mi corazón se partió todavía más.

MI mamá dijo que se apagaba como una velita. Así fue. Lo vimos perder peso a velocidad alarmante, lo vimos padecer dolores de los que se quejaba poco, pero a la vez deseaba ser el centro de atención y que le resolviéramos el mínimo inconveniente. Meses antes estuvo una semana internado en el hospital para otra intervención relacionada y yo lo cuidé esos días. Estaba todavía fresco, editando su libro de lagunas con emoción. Yo lo defraudé en ese respecto.

Igual, hablamos un chingo. Leímos un chingo. Y luego, cuando salía del hospital y me iba por un café de puesto o a darle la vuelta a la puta avenida Cuauhtémoc donde está el hospital siglo Centro Médico Siglo XXI, lloraba con desesperación, compraba un montón de dulces y los repartía entre enfermeros y enfermeras, estaba agradecida con su labor que es más valiosa y humana que la de los doctores, y me llenaba de tranquilizantes para tolerar. Por la mañana ya estaba lista para recibir a los doctores, los esperaba con ansia, pero qué noticias buenas podrían traer. Estaba como ausente de mí, dedicada a mi padre y al mismo tiempo ajena a todo.

Luego, la transferencia de nuevo al IMSS del Marqués, donde ningún oncólogo u oncóloga se apareció a verlo desde que entró en estado crítico. Y el drama, sí, teatral, que armé en la oficina del director y con el jefe de doctores, y su salida al fin por la noche en una ambulancia de protección civil de Polo, donde ya no reconocía ni dónde estaba. Tampoco reconoció la sala de la casa, que habíamos acondicionado para él. Cuando llegó y lo vieron, mis sobrinos lloraron.

Le daba de beber con una jeringa. Le di Gerber con el dedo, con un guante, ya ni la cuchara sostenía en su boca. Sé que no es nada, que otros cuidan más, pero mi padre me cuidaba a mí hace mucho tiempo, cuando ya vivíamos en Polo y regresábamos al D.F. a hacer sus asuntos y me llevaba con él y por toda la ciudad me traía de la mano de arriba a abajo y yo lo seguía sin dudar de él y a su paso.

El trauma es esa legaña que tenía pegada el ojo ese domingo en la madrugada que sin querer me quedé dormida y desperté y lo encontré así. El trauma es el vómito imparable de sangre negra, yo ponía trapos y trapos. El trauma es tocar su cuello para saber si había pulso. Mi hermana bajó y, nerviosas, nos pusimos a rezar mal y torpemente. Luego le hablamos a mi tía doctora, que ya presentía que ocurriría esa noche. Llegó rápido y con sus aparatos confirmó que estaba muerto.

Muerto.

Es un cliché: todo fue muy rápido. Ningún momento para procesarlo. Subí y le dije a mi mamá. Ella me dijo: “no quiero bajar, no quiero vestirlo”. Le escogí los pantalones, el abrigo que le había regalado semanas atrás y que habrá usado cuatro veces, era muy bonito y me hubiera gustado quedarme con él pero quería que atravesara ese camino abrigado. Mi tía doctora, que perdió a sus dos padres de Covid, me dijo que les dejó sus pantuflas puestas. Y pensé que estaba bien, que así iría cómodo.

Mi pensamiento mágico me sostenía, aunque apenas.

Llegó el señor que lo arregló (mal).

Empezaron a llegar personas. Yo les agradecía por venir. Llegó mi tía Normita, la única hermana carnal que le quedaba, y lloramos abrazados. Le detectaron a ella principios de esquizofrenia, como el abuelo, el padre de ella y mi papá.

Ya dije: me niego a tener ese destino, no sé cómo. Incluso si tengo que detener todo antes de tiempo.

Había gente, había risas. Me encerraba en el cuarto que acondicioné mientras estuve ahí y ponía música a todo volumen y lloraba a gritos.

Se rezaron como cinco rosarios, dos no los soporté, uno era con música estruendosa. Me emputé mucho, me emputé en serio.

Luego vino mi hermana y me dijo que había llegado Triquis, y eso me iluminó el semblante. Venía con su amable padre, al que yo sé que ama tanto como yo al mío, y que son parecidos, eran. Izquierdosos, ingenieros. Le conté lo traumático a Triquis, lo vomité. Hablamos de otras cosas. Una tía me agarró y me quitó el tiempo, de pronto Triquis ya se tenía que ir, y alguien me dijo que durmiera, hacía días que no dormía.

Me acosté y me dijeron que habían llegado Olga y Carlos. Otro abrazo al alma y al cuerpo. En ese viaje anhelado a París, estuvimos con Olga y mi papá convivió con sus mellizos, con David que es como su doble también, los rasgos del autismo, ingeniero también, y fue muy hermoso, ir a Buttes-Chaumont, cuando mi papá se sentó en una mesita y la rompió, nuestros desayunos con panes celestiales. Olga lloró mucho, yo lloré cuando vi el listón negro en la puerta, no sabía que lo habían puesto tan pronto.

Carlos y yo charlamos, y hasta fumamos y nos echamos un tequila. La manía corría libremente, y yo estaba contenta y confundida, estaba destrozada y activa, tiraba mis venenos y mis encantos. Se fueron poco después de las cinco de la mañana.

Puse una colchoneta junto al ataúd para dormir o velarlo, a solas, pero sin poder dormir lo que miraba solamente era el ataúd y los cirios. El maldito ataúd. Entré en crisis y el llanto no paró. Llegó, a las 6 de la mañana, la mejor amiga de mi hermana, que perdió a su mamá hace unos meses. Lloramos, nos abrazamos. Me convencieron de tomarme un clonazepam y dormirme.

La misa era a las 10, no alcancé a despertarme. A las 10,30 me tomé un café en la cocina, la casa estaba completamente vacía, y escuché ruidos en el cuarto de mis padres. Pensé, como en esa película donde el contacto con el ser amado y perdido es vital, si era él o sólo yo. ¿Eras tú, papá?

Corrí a la iglesia y todos iban saliendo. Inmediatamente mi amiga Araceli se acercó a mí y me abrazó, me dijo que no me preocupara, que esto no importaba.

Mi hermano y mi cuñada se fueron a San Juan del Río a incinerarlo.

¿Dónde estuve, qué hice, qué pensé?

Sigo detenida allá. En ese lugar feo.

Sustituir la imagen fea por una feliz. Pues no, doctora, no es tan fácil. Recuerdo todo lo bueno (y lo malo también), pero persisten esas imágenes horrendas. Cuando me acuesto a dormir aparecen. Si me distraigo un poco aparecen. Sentada en el excusado aparecen. Cuando me baño ahí están.

Tuve una crisis idiota en Twitter. Recibí ataques desproporcionados. Todo mientras mi padre moría. Aguántate. Suelen decirme que me escudo mucho en mi enfermedad. Yo misma me digo: no soy mi enfermedad. Pero claro que dije cosas que no diría cuerda y sin embargo las creo, entonces las diría de nuevo. Las diré de nuevo y mejor. Pero el punto es, ¿qué es ese estar cuerda?

Si no estoy en hipomanía (periodo feliz) estoy en manía (periodo preocupante) o en psicosis (periodo ultra ultra preocupante). Como estos tres estados son extraordinarios y suelen ser detonados por eventos densos como lo de mi padre, yo suelo navegar en el mar de la depresión la mayor parte del tiempo. Estoy deprimida siempre, estoy triste, soy quejumbrosa, encuentro pocas alegrías. Pero enmascaro, soy la bufona de mi familia, entretengo a mis sobrinos, quién se imagina lo que pienso.

Quiero hacer todo lo que no hice por él, así sea después de la muerte. Quiero atreverme a leer lo que me duele. Revisar sus cuadernos. Ordenar su biblioteca. Entrar a su estudio, que se ha convertido en un sitio tabú de la casa. Pero a veces entro y veo un lápiz en la mesa y me pongo a llorar, todo está como lo dejó, un día dijo: “qué bien me la pasé ayer en mi estudio”. Estudiando, como siempre. Escribiendo. Sacando información poco fidedigna de Youtube.

Aspiré su aroma cuando se lo llevaron al hospital por última vez. Lo tengo presente. Siempre olía bien, a jabón. Uf. Es una hora de la madrugada infame y yo me he soltado a escribir y no puedo parar pero me lacera, tal vez de eso se trata, como dijo Ana. El desgaste. El desgaste del tema. Hasta que no haya más, ningún detalle más, ninguna sensación más.

Y pueda establecer, dicen, una nueva relación con él.

Ja.

No se puede más. Éste es mi lugar, uno de mis pocos lugares, hasta lo pago con dinero. Que me lea quien quiera, me tiene sin cuidado.

Cuando aquella escritora dijo que iba a escribir su “réplica” a mi crítica, pensé: ¿desde cuándo una crítica es una difamación que merezca réplica? ¿No es ridículo? ¿Una réplica porque tu libro me pareció una basura? Y el otro igual. Como personas no me interesan, ni siquiera las conozco, y quién sabe, no nos llevaríamos bien pero tal vez sí. Lo que sí es que yo me esforzaría por ser amable en un encuentro fugaz. //(párrafo algo oscuro y desechable para quien no haya estado atento al “chisme de Twitter” que fue producto de un acto de impulsividad de la manía, pero da igual, da igual, pienso lo mismo igual).//

Atravieso problemas amorosos, laborales. Pero viene Guille de Argentina, una alegría. Aquello será interesante por lo menos. Hablábamos mucho, robándonos la palabra y pisándonola. Y discutiendo, y esas discusiones eran por L I B R O S, de manera muy apasionada. Necesito hablar con alguien mucho. Eso necesito. No tiene que ser de todo esto que he escrito, aunque será también.

No puedo escribir más, en mi taller mencioné la intimidad alterdirigida acuñada por Paula Sibilia, y yo soy de esas que se exponen y desnudan. Como escribo de mí misma en ese otro sitio, mucho, mucho, qué importa lo que deje aquí.

Ahora, ahora, nada importa.

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