Siempre que me dan la oportunidad de escribir de algo que me gusta o que me importa, no puedo. No logro el desempeño adecuado. No doy. Me bloqueo y empiezo a sentir que todo está en mi contra, que el tiempo o los momentos o las circunstancias no eran los adecuados, y que de otra manera -lo clásico, la excusa clásica- podría hacerlo mejor. Siempre imagino un texto al que nunca llego. Mi bloqueo es acendrado y repetitivo, y siempre pasa, ¡siempre pasa! Todo lo que entrego es una versión dificultosa, incómoda y llena de tensiones, que invariablemente me deja insatisfecha. Todo son textos imaginarios. Un perfeccionismo idiota e inalcanzable (un perfeccionismo al que no tengo derecho, además). Todo es una pelea y una falta de confianza. Todo se problematiza. No hay placer. Sólo hay placer aquí. Sólo hay placer en lo que no me importa, en lo que tecleo porque mecanografío con rapidez, porque me gusta cómo se siente poner los dedos -todos los dedos- sobre las teclas suaves de la computadora y empujar la barra espaciadora con el pulgar derecho, en realidad el único dedo un poco inútil es el pulgar izquierdo, ese rara vez lo uso, y en cambio los meñiques son muy útiles porque ahí están los acentos, las as, las eñes, las pes, las qus, las zetas, las comas; eso es placentero, escribir y llenar el bloque blanco de WordPress y sentir que algo saldrá inmediatamente y que será al calor del momento y que no importa, no es ‘obra’, no es ‘publicable’, no es un texto urgente, no es lo que se escribe en un lugar, con un nombre, con unos lectores, tal vez con un prestigio; no es nada, es lo tuyo, es lo que escribes porque es placentero, porque los dedos sobre las teclas se sienten bien y porque siempre siempre hay ganas de poner los dedos sobre las teclas.