170717

Me levanto a las cinco de la mañana, sin haber dormido. Me visto y me hago un café y lo guardo en el termo. Salgo a un frío cortante, ventoso. Un frío antártico. Es de noche todavía. Pasa el colectivo rápido, el conductor es joven y trae la gorrita de la sudadera puesta, y tiembla, y adentro también hay hombres jóvenes que van a trabajar y traen las cabezas cubiertas, e igualmente tiemblan.

La experiencia del hospital y de la espera. Traumatología. En la primera cola, un muchacho atrás le dice a otro que le robaron la moto, forcejearon, y por eso le rompieron el brazo. Múltiples huesos rotos, pero ningún tendón, “por suerte”. Meses largos de proceso, y las esperanzas que el segundo le infunde: va a quedar bien, ya verás. No hace falta, la cara del muchacho denota una serena confianza en la recuperación. Pienso en el celular que me robaron el viernes. No me di cuenta, pudo ser en el subte o en ese mismo hospital, en la guardia, a donde fui para que me recetaran antibióticos y el virus de la gripe se cortara de una buena vez. Robo sin violencia, “al menos”. Más pérdidas, pero no son irreparables. Ya recibo todo un poco despegada, indiferente. Que vengan los golpes, uno y otro. Si tan sólo la noche anterior me hubiera regresado por el cargador y no se me hubiera acabado la pila en la mañana, tras pasar la noche fuera, y entonces hubiera podido ir escuchando música a todo momento, y controlar la posesión del aparato. El hubiera hijodeputa.

Parada en el pasillo, luego sentada en el piso, pies que pasan, personas que esperan con el rostro demacrado, el ambiente tenso, profusión de abrigos y chamarras (camperas) y sobre todo gorritos y bufandas, sin mucha idea de si afuera ya es de día y de qué color es la luz, imagino que gris. Leyendo el libro de María Moreno sobre su descomposición física a causa del alcohol. Lectura que me separa y me une al entorno. En los altavoces, los mismos nombres incesantemente, jamás los nuestros, jamás el mío: Silvia Robles, Juan Casanova, Alicia López. Infernal ese circulito que se duplica y se triplica. Cuatro horas, más. Consulta rápida, y luego peregrinaje para solicitar turno en análisis clínicos, en radiología, en cardiología. Pero hay sol, mucho, y yo no traje lentes. Sin embargo afuera el frío es un montón de navajitas heladas que cortan la piel.

Dice Moreno:

Todo lo que uno debe saber, digo saber profundamente, es una de las frases más populares del Talmud para quienes no leyeron el Talmud -tal vez leyéndolo se comprenda su complejidad, su falta de empirismo-: “Esto también pasará”. Sobre todo porque el alcohol es un estilo que se recupera a través del sin alcoholmás allá del alcohol. Sí, puedo ser brillante otra vez, otra vez ser un bufón, la que redobla la apuesta cuando los demás se recluyen en burbujas de agua mineral imaginarias. Pero yo no amaba mi objeto por lo que él me hacía ser, lo amaba simplemente. Y me hubiera gustado de todo corazón -contrariamente a lo que se piensa, que uno teme perder sus cualidades, que se tire al agua con el niño- que sin el alcohol me abandonara todo lo demás hasta estar perfectamente muerta. ¿Qué mujer, qué hombre, qué recién nacido ha inspirado un amor semejante?

Y antes:

¿Quién dijo que escribir sublima o consuela? Lo que hace es escarbar.

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Julio

Le temo a julio. Tal vez, concretamente, al julio de Buenos Aires. Por estos días pasó lo del accidente de mi papá, hace dos años. El día que lo operaron, la noche en que le insertaron una placa de metal en la frente, se rompió la calefacción del edificio donde vivía. Esperé una hora y media en un silencio helado, temiendo lo peor. ¿Para qué recuerdas eso? Mejor no acordarse. Bueno: es inevitable. Fui a llamar por teléfono a un kiosco y atendía un muchacho pelirrojo y pecoso que me hizo la plática. Después yo evité pasar por ese kiosco, aunque seguro él me había olvidado ya. Luego vino agosto, y no recuerdo mucho aquel agosto. Una noche desgraciada en Flux, bebiendo hasta el hartazgo, lloriconeando y luego, por un malentendido, mi amistad más verdadera en esta ciudad entró en un impasse. Tenía decidido que este invierno no me derrotaría, porque ya tengo abrigos aceptables y calefacción a gas en mi cuarto, pero no, para qué andas decidiendo de antemano, si llegó julio y empezó mi fatalidad económica, un hundimiento financiero que me tiene contando los pesitos cuando voy a la verdulería y compro: papas, zanahorias, tomates, mandarinas, y planeo mis alimentos y mis gastos posibles del día. Negada de mis placeres hedonistas, por ejemplo: un café en la calle. Un libro si me place. El cine. Salir. Me tiene un poco jodida eso y a la vez romantizo la precariedad, la posibilidad de vivir con dignidad en la escasez que obliga al ingenio, a las decisiones, a un ascetismo impuesto.

(Sí recuerdo agosto, o una semana al menos, cuando vino ella y me trajo luz y aire)

Estoy con los nervios crispados. El ruido del subte me aturde. Si me obstaculizan el paso me lleno de furia. No entiendo qué me ven cuando se detienen a mirar mi cara por la calle. Vuelvo, innecesariamente, al asalto de Constitución. Ya no camino tranquila. En Tucumán, pasadas las diez de la noche, vi a un hombre masturbándose debajo de un montón de cartones. Luego me compré una empanada que estaba podrida. Ayer me desperté de un doloroso calambre en la pantorrilla. Hace rato, no sé por qué, se me ocurrió fijar a la señora que estaba sentada frente a mí en el vagón: sólo tenía arrugas alrededor de los labios, muy delgados. Había un olor como a huevo podrido, a mayonesa pasada, de origen incierto. Ayer fui al hospital Ramos Mejía y me dolió el estómago y me perdí en el laberinto y fue perturbador a secas. Mejor no volver nunca más. Luego: llueve. Mi gripe se enquistó, más días de los aceptables con el malestar encima, chingándome la existencia con aplicación, bajo la ingenua creencia de que se me pasaría con mera resistencia. Insomnio. Dudas sobre el trabajo al que le dediqué mis energías los últimos dos meses, si valió la pena poner todo lo demás en segundo término. Y otros males íntimos. La racha. El túnel que se alarga. Creo que es julio. La culpa la tiene julio.

 

 

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Mi acompañamiento audiovisual: Twin Peaks. Y así persistir con el desasosiego y la confusión.

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