Jueves 1:48 pm

Llega un momento de la tarde, antes de salir a comer, en que nada tiene sentido. Ninguna lectura tiene sentido. Los periódicos latinoamericanos, sobre todo, dejan de tener sentido. Entras a una realidad paralela con las noticias de Venezuela, Argentina o Perú. Se abren los mundos simultáneos.

 

El fin pasado estuve sola y encerrada. Era el fin de la distensión, pero curiosamente todo fue acomodado como con relojito. Hubo algo que no hice y quería hacer (un texto que hasta hoy debo), pero los puntos importantes de mi lista fueron tachados. Dormí. Soñé con una orgía prometida y nunca concretada, otra vez. Soñé otras cosas. Leí (leí mi Adán Buenosayres, y un cuento de Onetti, otro de Felisberto Hernández -ah, el conor sur- y otros de Carlos Fuentes). Vi capítulos arbitrarios de: Ally McBeal, Portlandia, Roswell, Parks & Recreation y 30 Rock. Eso vi. El sábado decidí no trabajar, sino ver televisión por la mañana, y leer y escribir por la tarde y  noche. Eso hice. Me desvelé. Al otro día trabajé (un freelance de correcciones). ¿Vi algo más? No me acuerdo. Cosí un suéter. No salí ni al pasillo. Las dimensiones del departamento, el calentador prendido, la lluvia y el frío afuera, el té y las colillas de cigarro amontonándose en el cenicero, todo constituyó un anhelado viaje al interior.

 

 

Domingo en soledad

Dicen, leí, que soñar demasiado es signo de estar necesitado de sueño. Que estás durmiendo poco. También dormirse rápido, en menos de cinco minutos. Y soñar en pequeñas siestas. Todo me sucede. Pero es peor, porque ahora no recuerdo mis sueños. El del viernes lo recordé al otro día, pero una imagen o una sensación corta en relación con las horas y horas de material de sueño. El de hoy lo tenía aún mientras iba despertándome, sintiendo ya las sábanas y la cama y el rayo de sol que me caía en la cara, y vi la hora, cerré los ojos y volví a él, como dejarse caer en agua tibia. Después se fue. Era luminoso, color violeta, suave como el peluche. ¿En tierra o en aire? Sé que en un sueño anterior, más profundo, estaba mi papá; leí Don Draper y la activación de relaciones se encendió. Don Draper es tu papá. Don Draper: Jon Hamm, atractivo y encantador. Alarmas, alarmas, recuerdos de otros sueños, el catálogo de la memoria compuesto por igual de recuerdos oníricos y recuerdos reales. Absurdo separarlos, de todos modos. Archivo visual interno. Pero todavía trabajo con mis sueños. Pienso en él el resto del día, al rato aparecerá la clave, el tema o el motivo, y recuperaré sensaciones e imágenes, jamás la historia completa. Los sueños, los sueños, el lugar misterioso.

 

 

Recuerdo

En la primaria todos los años eran muy diferentes: transcurrían en salones diferentes, con maestras diferentes (tercero y quinto Concepción, que tenía una casa bonita de dos pisos, como de cuentito, rumbo al panteón; algunos sábados nos invitaba a nadar en una pileta que tenía en su terreno, profunda como alberca; una vez, en época lluviosa, estaba tan sedimentada, turbia y llena de ramas que podíamos sentir, o tal vez imaginábamos, las ranitas abajo; yo tenía menos miedo, dominaba que vivía en el campo, que había animales) (cuarto fue una maestra de cuyo nombre no me acuerdo: cruel, amarguetas) (sexto con Lulú, mi favorita: éramos cuatro idiotas en su salón, tres niñas demasiado diferentes y un niño de entorno familiar delicado; dos de ellos eran mis primos, si bien lejanos y con quienes me unía más la constante y larga convivencia escolar desde primer año que el lazo familiar: de los quince que entramos sólo cuatro sobrevivimos a ese experimento escolar que resultó al final la mejor educación que he tenido, mi amado Colegio Regional Villa Ilustración) (Lulú nos conocía bien, nos hacía imaginar una muñeca cualquiera y luego adivinaba cómo la había imaginado cada uno; confirmaba mi romanticismo y a qué me dedicaría; era una mano cálida y comprensiva hacia la adolescencia; nos confesaba que fue fan de New Kids on the Block, vivía en Aculco, en el bello Aculco; no sé dónde está ni qué fue de ella).

Ahora la casa donde estaba la escuela volvió a ser la casa que era antes: un terreno con cuartos, pasillos y grandes jardines, una construcción de pueblo antigua, de los tiempos en que por alguna razón se acostumbraba que los cuartos no estuvieran conectados. Ahora viven ahí mis tíos y algunos fines de semana se reúnen los otros tíos, y ahí es la tradicional cena de Año Nuevo Camberos, a la que hace dos años no voy, y en los salones donde cursé primero, segundo, tercero y quinto, ahora están las camas y las cosas de mis primos. Mi salón de sexto ahora es el comedor, sin la tablarroca que antes nos separaba de la cocina: la cooperativa. La cocina tiene una ventana hacia el pasillo donde nos formábamos a comprarle dulces a Juanita (mi mamá se llama Juanita, nunca podía decirle Juanita a Juanita, ¡no podía! Era osado pronunciar tan fresca el nombre de tu mamá). La dirección ahora es el estudio de uno de mis tíos, con su chimenea que antes siempre estaba apagada, y el cuarto lleno de archiveros, y diplomas, y un pequeño librero: ahora las paredes están más bien pelonas. Había una fuente en el primer claro del pasillo, casi siempre con agua. Ahora ahí juegan los hijos de mis primos y a veces hay basura (claro: hay basura, pasa todo el tiempo). Donde nos formábamos a veces mis tíos ponen mesas. Vamos hombres y mujeres por igual al baño de las niñas (con regadera: ahí Juanita guardaba algunas cosas de limpieza). Casi nadie quiere ir al medio baño al final del pasillo, oscuro y estrecho, donde Julio decía que le salía la mano peluda. Atrás de ese bañito hay un tragaluz con lavadero, donde ahora mis tíos colocan los productos de limpieza: antes era un cubo vacío en el que te escondías, o comías, o ibas a ponerte nada más, a estar ahí, donde nadie más estaba. Y la cancha de básquet (con canastas que dobleteaban en su base como porterías), permanece, sin pintura, con plantitas y pasto creciendo desordenadamente alrededor. Podaron el árbol que hacía cuevita, ¡tantas cosas vergonzosas pasaron ahí! (no aguantarse la pipí). Y todavía detrás de la cancha había -y hay- mucho arbusto salvaje, carrizos y pasto, y en la esquina un tronco gruesísimo (¿qué sería? ¿Un roble? Un árbol raro para la escasa vegetación de mi pueblo, alto y algo desértico, salvo en época de lluvias). El tronco sigue. Y los árboles detrás de la construcción, asomándose por encima del muro, que nunca logro ubicar o no he podido ver del otro lado. La vida siempre ocurría fuera de los muros de tabique amarillo pálido, muros de escuela (de escuela particular de pueblo, experimento de breve duración). Al sur (en mi mente, al norte, porque al centro le llamábamos y le llamamos arriba) se divisaba la punta de la cúpula de la iglesia, cuando todavía era blanca. Ahora la iglesia entera está pintada de un color mamey encendido, horroroso. Todo lo que ha cambiado en el pueblo ha cambiado para mal: el color blanco obligatorio de las casas, con una franja vino hasta el piso, no existe más: la gente pinta sus casas de verde marcatextos, azul cielo, amarillo huevo y a veces con el mismo vino reglamentario, pero de punta a punta (como la mía, también fallamos) (encima: la lluvia, el viento, la pintura barata pero a la vez poco accesible: las paredes están descascaradas, los jirones de pintura revuelta con cal se resbalan, el pueblo es un álbum de estampitas a medio arrancar); cambiaron los antiguos faroles por postes verdes de alumbrado público, como de colonia de interés social; quitaron la antigua balaustrada de cantera que rodeaba la iglesia y pusieron herrería entre las columnas. Nada es como antes. Ya secuestran y matan. Antes la gente moría de otras formas. La muerte estaba siempre ahí, llevándoselos en grupos de dos o tres. Cada muerte se sabe y se comenta, todavía. Siempre hay una muerte próxima, también se sabe.

Nada es como antes: claro que nada es como antes, pero qué difícil aceptarlo.

Todo lo anterior sólo porque vi una foto de los libros de primaria y tuve la sensación de que los años de la primaria eran antes un color diferente. Ese era el método de clasificación de los recuerdos. Y lo recuperé fácil:

Primero, gris.

Segundo, verde.

Tercero, azul.

Cuarto, morado.

Quinto, amarillo.

Sexto, café.

 

En secundaria, prepa o universidad nada tuvo colores. Se hace todo más impreciso y apresurado. Sobre todo al final de la universidad fue cuando los años empezaron a pasar demasiado rápido. Antes sentía intensamente cada época del año: el ánimo, los colores, las actividades, los rituales, todo tenía la marca de su mes. Ya nada se siente marzo o abril o diciembre. Hay un clima y un color general. Las diferencias se miden de otra manera.

La entrada de mi pueblo en Wikipedia, en inglés, es más contundente que la que está en español (aquí). Ahora quiero saber, tengo que saber, quién la escribió. Quién será. 

 

 

 

Si la muerte entrara por la puerta

El sábado por la noche se me subió el muerto. Es decir, tuve parálisis del sueño, pero en la versión asfixia, que es como si se te subiera el muerto. Como si se te trepara la muerte encima. Sientes un peso muerto y denso sobre ti, apretándote las costillas, el pecho y la garganta, sin dejarte respirar. No puedes respirar. No te puedes mover. Y la oscuridad te envuelve.

Estaba en mi pueblo, en mi cuarto, en la casa en la que crecí, con la ventana de piso a techo que da a la milpa y al campo, donde ahora se atraviesa una carretera y algunas casas -que antes no existían- encienden sus luces amarillas por la noche. Había estado leyendo Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra, una lectura ligera y un tanto decepcionante. Antes de apagar la luz tuve un pensamiento terrorífico, que ahora ni siquiera puedo recordar. Estaba relacionado con un cuento de horror que lleva meses en mi mente. Hasta me dije: no pienses en eso ahora. Luego soñé. Toda clase de sueños, incluido uno erótico y otro apocalíptico, y con gente real e irreal, y de pronto, en el departamento donde hacemos nuestro taller post-Fonca, a oscuras, veía una sombra desconocida, sin dueño. Me llenaba de terror dentro de lo que ya claramente era una pesadilla. Y de pronto esa misma sombra salía del espacio del sueño y se ponía al pie de la cama y poco a poco iba subiendo hasta tenderse de frente y entonces, plaf, se dejó caer. Fue eso: dejarse caer. Sentí el golpe del peso y el agarrotamiento con una fuerza que, lo juro, me hizo echar la cabeza para atrás. Eran muchos kilos encima. Mi primer pensamiento, confundida sobre dónde estaba, fue que era J, que se subía sobre mí, pero luego entendí que estaba en casa de mis papás y que estaba experimentando otra vez la parálisis del sueño, pero esta pequeña variación que nunca me había ocurrido: la genuina subida de muerto.

Como comprendía lo que era, procedí a calmarme contando números. Hasta el 18. Y no se iba. Y, como no podía respirar, aunque se supone que de todos modos respiras, porque la respiración es mecánica, tranquiliza Wikipedia, empecé a desesperarme, ensayando otras formas de liberarme. Rezar es el antídoto perfecto según don Simón, papá de mis amigas de infancia, a quien siempre se le subía el muerto. No me sabía ninguna oración (no recordaba ninguna, alguna vez recité el Credo más rápido que nadie en la catequesis). Y en la lucha por recordar una oración, el Ave María o lo que fuera, sentí una bocanada de aire y rodé al lado izquierdo de la cama.

Estuve despierta dos horas más, con la luz prendida, extrañamente calmada, sin miedo. No sentí lo sobrenatural, pero en medio de la asfixia repentina me pregunté lo que sentiría alguien que nunca leyó la entrada de Wikipedia sobre la parálisis del sueño y simplemente una noche, en medio de una pesadilla, sintió una presencia que se le subía encima y lo aplastaba y no lo dejaba respirar. Puedes llegar a creer que estás muriendo. Qué desesperación.

La única variante de la parálisis que había sentido es la que involucraba un miedo repentino y absoluto, y alucinaciones visuales y auditivas. De alguna manera, con todo lo horrible que eso es, me parece mil veces mejor que el muerto genuino. Tal vez deba relajarme. No pensar en el horror. Y si llegara de nuevo, aceptar al muerto con su peso y ponerme floja y dejarlo ser.

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Intrincadas redes de Wikipedia

En el trabajo:

Escribí y leí extensamente sobre la arquitectura de Chicago. El tercer edificio más alto (ahora me sé de memoria el ranking) es el Aon Center, una torre blanca y delgada, parecida a las Torres Gemelas.

También hago un reporte de Fórmula 1 (puede que cubramos el tema el próximo año). Vi hace unas semanas Rush y luego, una noche, la mitad del documental sobre Ayrton Senna. De Lauda no sabía nada: todo fue una sorpresa. De Senna me había quedado en que era muy talentoso, elocuente y guapo, guapo como James Franco cuando posa para Gucci (también: una breve nota sobre el perfume de Gucci del que Franco es imagen). Hace rato, porque es mi costumbre, porque siempre caigo en el fatal accidents porn, descubrí lo que pasó con Senna.

Leo sobre la temporada actual de Fórmula 1. En los debuts del año, figuran jóvenes guapos. Clic a uno, Max Chilton. Su padre es el multimillonario Grahame Chilton, chairman de Aon Center. Con oficinas en Chicago (tercera torre más alta, blanca, estilo Torres Gemelas).

Dato en la entrada de Aon Corporation: tenía oficinas en los pisos 92, y del 98 al 105, de las Torres Gemelas. Después del primer avionazo, los ejecutivos lograron evacuar a la mayoría de sus empleados, pero varios se quedaron tiesos en sus lugares debido a las propias recomendaciones de seguridad y de los guardias. 176 de los 1,100 empleados murieron, incluido un ejecutivo que alcanzó llamar al 911.

 

-no disponible-

Hasta el 20 de noviembre, y aún después, porque ninguna respuesta será automática, no viviré en forma.

Ahora sobrevivo, con el pensamiento éste fijo, ni siquiera in the back of my mind, sino ahí enfrente, en primera fila, protagónico y enorme y absoluto. Todos los temores se materializan.

Y si todo pasara, si todo lo bueno llegara, ¿cuántos años quedan?

Vuelvo al consuelo (la evasión) de la escritura, la ficción y la lectura. Largas pláticas sobre otros temas. Una esquina oscura de un cine, el pensamiento en la esquina de la pantalla, latiendo, latiendo, agrandándose como un punto de luz convertido en resplandor, y otra vez no respirar, o respirar mal, tener esta sensación en la garganta de una pastilla mal tragada. Llorar mucho y no hacer nada. Permanecer en la evasión y la distancia, y remover lo que deba ser removido alguna vez cada mes, sabiendo que la distancia es grande aunque tal vez no difícil de superar, si hubiera voluntad.

Si tuviera hijos, ¿sentirían eso por mí? Y si los tuviera, ¿qué sentiría yo si siento esto ahora? Mejor no tenerlos. Evitarle esta clase de sufrimientos a otra persona, evitármelos a mí.

Hay siempre algo de exhibición en esto. Y un consuelo torpe cuando ya no se tienen (o se tienen mal) diarios personales.

Me quedo a la espera.